Quiero compartirles este artículo que el P. Raúl Lugo subió a su página de "Iglesia y Sociedad" y que es la plática que dió en S.L.P., a donde fué invitado con motivo de la semana de la Diversidad Sexual en dicho estado. No puedo menos que admirar y apreciar a este gran hombre por su amor, humildad y entrega, por las causas justas, por la igualdad y derechos de todos los seres humanos, por su valentía y muchas cosas más, a él muchas gracias.
El pasado 15 de mayo, en la XI Semana Cultural de la Diversidad
Sexual, en san Luis Potosí, compartí lo que ahora, en esta columna les
presento.
Introducción
La homosexualidad está rodeada de una gran cantidad de prejuicios
discriminatorios. Y no me refiero solamente a la conciencia colectiva,
que es lenta en lo que a cambios fundamentales se refiere (fijémonos, si
no, qué larga ha sido la marcha de las mujeres en la conquista de la
igualdad de género y cuántas prácticas discriminatorias tienen que
enfrentar hasta el día de hoy), sino también a la legalización de tal
tipo de mentalidad discriminatoria. Me refiero, por poner un ejemplo, al
hecho de que algunos niños y niñas sean definidos como “problemáticos”
en sus escuelas simplemente porque no se ajustan a los estereotipos de
su género, o a los despidos laborales de personas homosexuales, que bajo
pretextos que no se creen ni siquiera los patrones, apenas si alcanzan a
velar tenuemente su origen discriminatorio; o a los chistes y bromas
que hacen mofa de la orientación sexual de las personas. Pero me refiero
también a la vaguedad de ciertos términos como “faltas a la moral
pública” o “ultrajes a las buenas costumbres” o “atentados al pudor” o
“exhibiciones obscenas” o “comportamientos inmorales”, que permanecen
vigentes en la gran mayoría de reglamentos municipales y códigos civiles
de los estados y que exponen a las personas homosexuales a abusos por
parte de las corporaciones policíacas que, pretextando la orientación
sexual, violan los derechos de expresión, circulación y reunión de las
personas homosexuales.
En el tema de la discriminación a las personas homosexuales el papel
de las religiones y las iglesias es insoslayable, sobre todo porque
muchas prácticas discriminatorias encuentran una justificación “divina”
en argumentaciones de tipo religioso. Quiero hoy, aprovechando la amable
invitación que me han extendido para participar en esta XI Semana de la
Diversidad Sexual, plantear el problema desde otro ángulo. Quiero
preguntarme hoy, confiando en la buena voluntad de las personas que
profesamos cualquier religión, pero de manera particular las religiones
cristianas, si algo ha cambiado de manera objetiva en el campo de la
sexualidad que nos obligue a repensar algunas de nuestras posiciones
sobre el tema, para después conversar acerca de cuáles son los retos que
esta nueva situación nos plantean para el futuro inmediato.
El planteamiento de la cuestión
En la actualidad nos encontramos con una realidad patente. Por un
lado, a pesar de que la discriminación a las personas homosexuales sigue
estando presente en muchos países, el panorama mundial marca una
tendencia irreversible a su aceptación y al reconocimiento legal de la
diversidad sexual como un hecho irrefutable. En el portal electrónico de
la organización de defensa de los derechos humanos de las personas
homosexuales (ILGA. Por sus siglas en inglés) aparecen mapas
actualizados de la situación jurídica de las personas homosexuales en
los diferentes continentes.
Como puede constatarse, si echan una mirada a dichos mapas, la
cantidad de países que continúan considerando las relaciones entre
personas del mismo sexo como delito a perseguir son cada vez menos y se
van concentrando geográfica e ideológicamente. Se han establecido
mecanismos, en la Unión Europea, por ejemplo, para que ningún país
miembro tolere discriminación alguna por motivos de orientación sexual. Y
en nuestro continente, para hablar de lo más reciente, tras años de
intensa negociación, así como de movilizaciones diplomáticas, la
Organización de Estados Americanos (OEA) acaba de incluir en uno de sus
documentos los conceptos Orientación Sexual e Identidad de Género. La
trigésimo octava Asamblea General del organismo aprobó por consenso la
resolución AG/RES-2435 (XXXVIII-O/08) presentada por la delegación de
Brasil en 2008. El texto avalado por los 34 países del área, reconoce
las violaciones a los derechos humanos de las personas no
heterosexuales. El suceso coloca al Sistema Regional de las Américas
como el segundo en el mundo, después del europeo, en reconocer la
importancia de que los Estados nacionales asuman un compromiso político
con las violaciones de derechos humanos que enfrenta el colectivo
lésbico, gay, bisexual, transgénero (LGBT). Así es que aumentan cada vez
más los países en los que la diversidad sexual ha sido eliminada de los
códigos penales. Es un gusto, por ejemplo, que Nicaragua, el único país
de Centroamérica que mantenía la homosexualidad como delito, lo haya
sacado recientemente de su legislación.
Se va llegando cada vez con más claridad a la concepción de que la
democracia, para serlo cabalmente, tiene que ser ajena a la exclusión, a
la marginación y a la desigualdad, asegurando el pleno ejercicio de los
derechos y de las libertades de todas las personas, independientemente
de su orientación o preferencia sexual.
¿Cómo interpretar esta realidad? ¿Cuáles son las razones que se
esconden detrás de esta aparentemente irrefrenable marcha de las
personas de la diversidad sexual hacia la igualdad de derechos y
obligaciones con todos los demás ciudadanos y ciudadanas del planeta?
¿Por qué tantos organismos internacionales caminan en esa dirección?
- La interpretación tradicional
Hay amplios sectores en la sociedad y en las iglesias que piensan que
este avance mundial del reconocimiento de uniones entre personas del
mismo sexo y la misma despenalización de la homosexualidad, no son
avances sino retrocesos, muestra palpable del nivel de degradación al
que ha llegado la humanidad. Quizá la muestra más radical de este
pensamiento es la que sostenía (ahora, gracias a Dios, lo escuchamos
cada vez menos) que el VIH/SIDA no era otra cosa sino un castigo divino
destinado a limpiar el mundo de pervertidos. Muchas iglesias piensan que
todos estos cambios en los países se deben exclusivamente a un “lobby”
realizado por grupos de homosexuales que, rijosos y manipuladores de los
medios de comunicación, van imponiendo sus agendas a una sociedad
inerme, que no encuentra políticos capaces de defender las verdades
tradicionales.
Y seríamos demasiado simplistas si lo único que hiciéramos es decir
que todas las personas que así piensan son unas retrógradas, sin tratar
de comprender cuál es el punto de vista que los lleva a emitir
declaraciones de este tipo.
La doctrina de la Iglesia Católica y de muchas iglesias cristianas es
coherente. Y lo es porque sostiene que los actos homosexuales son
gravemente pecaminosos y que son intrínsecamente antinaturales. Por lo
tanto, todas sus demás recomendaciones son coherentes con una idea madre
que guía sus acciones. Tratemos de explicarla.
Se parte de la convicción de que las personas homosexuales no existen
como tales, sino que sólo existen personas heterosexuales
individualmente defectuosas con una tendencia más o menos fuerte hacia
ciertos actos considerados gravemente inmorales. Éste es el argumento
que, sin ser enunciado claramente, sirve de sostén a la posición actual
de la mayoría de las iglesias frente a este tema: que no existen
personas homosexuales en cuanto tales, sino que son heterosexuales
defectuosos o desviados. Por eso resulta explicable el apoyo que algunas
iglesias han ofrecido a las famosas “terapias reparadoras” que prometen
regresar al homosexual a su naturaleza original, la heterosexualidad y
cuya práctica, es bueno recordarlo, es desaconsejada por la mayor parte
de organizaciones psicológicas y psiquiátricas del mundo (1). No existe
actualmente casi ningún hombre o mujer de ciencia que sostenga una
identificación entre naturaleza y heterosexismo.
Quien conozca, así sea superficialmente, la doctrina de las iglesias
cristianas sobre la homosexualidad reconocerá que el concepto mismo de
“diversidad sexual” es un problema. Se trata de un concepto que ha ido
ganando terreno en el mundo para denominar la pluralidad de
inclinaciones, motivaciones, orientaciones, preferencias y/o prácticas
sexuales. Pero no es un concepto neutral, sino que es interesadamente
incluyente. Hablar de diversidad sexual supone que, además de la
práctica normativa heterosexual, existen otras expresiones que pueden
ser agrupadas, en un plano de igualdad, bajo un concepto más amplio.
Pues bien: este concepto de diversidad sexual no tiene cabida en la
doctrina actual de la mayor parte de las iglesias. Y no lo tiene, porque
ellas mantienen una visión heterosexista de la sexualidad, que concibe
la relación heterosexual como la única válida y lícita.
El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe titulado
“Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la atención pastoral a
las personas homosexuales” afirma con dura claridad: “Es necesario
precisar que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque
en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos
fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de
vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada
como objetivamente desordenada. Quienes se encuentran en esta condición
deberían, por tanto, ser objeto de una particular solicitud pastoral,
para que no lleguen a creer que la realización concreta de tal tendencia
en las relaciones homosexuales es una opción moralmente aceptable” (No.
3). Queda clara, pues, la posición actual de la iglesia católica:
ningún comportamiento homosexual puede ser calificado como moralmente
aceptable. Debe animarse a los hombres y mujeres homosexuales a llevar
una vida de castidad, en el marco de una educación progresiva, que
reconozca avances parciales.
- Una mutación de conciencia
Pero no es esta posición de las iglesias la única manera de
interpretar el hecho que contemplamos en los mapas que pudimos ver al
inicio de esta exposición. Para muchas personas, entre ellos una enorme
cantidad de estudiosos y científicos sociales, el avance de la igualdad
de las personas homosexuales en el mundo y la aceptación de un paradigma
conceptual que mira la heterosexualidad como una expresión que, aunque
dominante y mayoritaria, no es la única socialmente válida y legítima,
no es un dato anecdótico, producto de la moda o de la degradación moral,
sino la muestra globalizada de lo que yo llamo una “mutación de
conciencia”.
Y es que los cambios que constatamos en el mapa no ocurren solamente
en el nivel de las leyes internacionales y las decisiones de los países.
Es reflejo de un cambio que se está dando en la conciencia de los
individuos y las colectividades. Se va abriendo paso una nueva
concepción, que muchos llaman “cambio antropológico”, en el que las
personas homosexuales comienzan a ser vistas, consideradas y tratadas,
como personas diferentes, pero sin que esa diferencia marque una
desigualdad en la dignidad y los derechos. Como bien menciona James
Alison, “esta comprensión parece que no ha necesitado de líderes que la
expliquen, ni han servido las ingentes cantidades de dinero y las
energías que se ha desplegado para frenarla, sino que cada vez más
emerge gente que se reconoce como gay, y también reconoce que no es un
asunto en sí muy importante, y cada vez más la gente hétero con la cual
convive esta gente está de acuerdo que alguna gente es así, y que no es
un asunto muy importante. Y cada generación más joven tiene mayor
dificultad en entender por qué algunos entre sus mayores tienen tanto
problema con esto. Y cada generación de chicos héteros entiende mejor
que el hacer la vida insoportable para sus compañeros de clase gay más
bien que ser prueba de ser machote es un comportamiento indigno y señal
de inseguridad en su propio machismo. Es más, cada vez más cunde, sin
que nadie lo enseñe, la sensación de que si alguien se ensaña contra los
gays, algún problema tendrá él con respecto a su propia orientación
sexual, pues el hétero seguro de sí no tiene necesidad de definirse por
contraste con lo gay, y está tranquilo en la compañía de sus
contemporáneos gay”(2).
Para muchas personas, esta toma de conciencia está muy lejos de ser
una moda temporal o la señal del deterioro de las condiciones morales
del mundo. Se trata de un colectivo “caer en la cuenta” de que estamos
frente a una realidad antropológica que sencillamente es así. Se trata
de un auténtico descubrimiento humano, aunque pueda parecer banal. Nos
estamos dando cuenta sencillamente de que hay gente que es así, lo cual
no convierte a estas personas en algo especial ni las hace ni más ni
menos capaces para realizar cualquier cosa. Para decirlo con las
palabras de Alison: “Sencillamente es así, como la lluvia y las mareas y
la existencia de personas zurdas.” (3).
Es Alison también quien nos recuerda que el proceso por el cual hemos
llegado a entender la sencilla existencia antropológica de lo gay sigue
exactamente el mismo cauce que el proceso por el cual hemos llegado a
entender el mundo real al dejar atrás creencias supersticiosas.
Antiguamente, por ejemplo, se trataba de entender el funcionamiento de
los cambios climáticos como atribuidos a ciertas viejas feas, tenidas
como brujas, o, como aparece en la película “Apocalypto”, de Mel Gibson,
a la sed no saciada de las divinidades mayas. Esto ofrecía a los
manejadores de la religión, propagadores y defensores de esa
superstición, la posibilidad de disculparse cuando sus pronósticos del
tiempo fallaban ostensiblemente. En caso de que hubiera una cosecha mala
o una inesperada granizada, siempre había brujas que ejecutar o mayas
que sacrificar para declararlos culpables de la catástrofe. Esta
práctica supersticiosa, alentada con cierta perversidad, sacó de apuros a
los sacerdotes y adivinos, pero retrasó durante mucho tiempo la
comprensión del porqué del funcionamiento climático. Fue necesario que
la superstición fuera desmontada, que se dejara de creer en la falsa
culpabilidad de las brujas o del insuficiente número de mayas
sacrificados, para que llegaran a formularse las preguntas que llevaron a
entender la meteorología.
Esta nueva comprensión, que podría compararse con el momento en que
los negros comenzaron a ser considerados iguales que los blancos, o las
mujeres igual que los varones, ha venido acompañada del reconocimiento,
ya desde la segunda mitad del siglo XX, que no hay defecto psicológico
que esté presente entre las personas gay que no lo esté en los héteros y
viceversa. En efecto, en cada época histórica han ido desapareciendo
prejuicios y hoy no suscribiríamos ideas que apenas hace cincuenta años
eran consideradas normales, como que el marido pudiera pegarle a la
esposa, o que un negro no podía casarse con una blanca. Pero no siempre
fue así. Y en las épocas en que esto no fue así, la mentalidad
mayoritaria, el prejuicio visto como normalidad, se justificaba diciendo
que eran realidades naturales, objetivas, inscritas en la naturaleza
humana, aunque hoy nadie se atreva a sostenerlas en voz alta. Algún día,
espero que no lejano, pasará lo mismo con las personas homosexuales.
No sé cada cuánto tiempo la humanidad vaya llegando a estos consensos
antropológicos que rompen una manera determinada de ver la vida.
Reconozco que a este cambio de conciencia contribuyen descubrimientos
científicos recientes y una aproximación sin prejuicios a la realidad de
la diversidad sexual. Pero no sé qué otros elementos expliquen esta
mutación de conciencia. Es una tarea que rebasa mi competencia
profesional. Hará falta reconstruir esta historia, así como se va
reconstruyendo poco a poco la historia de la aceptación de la igualdad
racial o de la igualdad de género. Pero el hecho es que tales consensos,
y se confirma con lo que ha ocurrido con las otras dos mutaciones que
he mencionado, se vuelven irreversibles.
- El momento actual de confrontación
Así hemos llegado a la situación actual: la concepción de sexualidad
que sostienen las iglesias está cada vez más en cuestión. Por eso pienso
que el “caer en la cuenta” antropológico de la existencia de personas
homosexuales no es un asunto anecdótico. En la iglesia tenemos que
confrontarnos con esta mutación de conciencia colectiva que se está
desarrollando delante de nuestros ojos y dejar de atribuirla
exclusivamente a una presunta degeneración cultural. Si algunas personas
son sencillamente homosexuales y este hecho no obedece ni al pecado, ni
al desorden, ni al vicio, ni a fracasos de los papás ni a ingerencias
de espíritus malignos, entonces tendremos que enfrentar con nuevas
respuestas la cuestión de la diversidad sexual y ofrecer una nueva
aproximación teológica a esta realidad.
No soy el primero ni el único que sostiene esta hipótesis dentro de
la iglesia. Sólo para abundar presento aquí un texto del moralista
español Domínguez Morano: “Es un hecho evidente la dirección que van
tomando las diferentes investigaciones que se efectúan al respecto. Los
estudios médicos, psicológicos, antropológicos y sociológicos apuntan de
modo inequívoco hacia la descalificación de la homosexualidad como
enfermedad, desviación psicosomática o perversión sexual. Cada vez de
modo más explícito, la homosexualidad va siendo reconocida como una
orientación sexual que la naturaleza permitió y que, en sí misma
considerada, no afecta a la sanidad mental ni al recto comportamiento en
el grupo social. En razón de ello, instituciones como la OMS han
suprimido la homosexualidad de la relación de enfermedades, y el Consejo
de Europa ha instado a los gobiernos de sus países miembros a suprimir
cualquier tipo de discriminación en razón de la tendencia sexual…” (4).
Esta realidad se convierte, en el quehacer teológico, en una hipótesis
de trabajo.
Sobre el tema de la homosexualidad hay, ciertamente, textos y
declaraciones magisteriales que incluyen un juicio muy negativo, pero
esto es lo que precisamente está siendo sometido a revisión por la
ciencia, la exégesis y la teología moral. No es difícil reconocer que,
en medio de las diferentes tendencias y escuelas teológicas existentes
en la Iglesia, hay un relevante consenso: que cuando se trata de
cuestiones del orden natural, no relacionadas directa ni indirectamente
con la verdad revelada, la Iglesia puede proponer normas pastorales, no
dogmáticas, que deben ser conocidas y respetadas, pero que permiten, a
quien tenga razones para ello, discrepar sin que por ello deje de ser
buen católico. Tal considero que es el caso de la posición acerca de la
homosexualidad. En cuestiones complejas que tienen que ver con la ley
natural, la Iglesia ha de contar con la legitimidad de otras
interpretaciones e, incluso, admitir tal pluralidad dentro de ella
misma. En lo que es dudable y discutible no puede exigirse uniformidad.
Creo que es incorrecto argumentar que la doctrina sobre la
homosexualidad forma parte del depósito incambiable de la fe. Eso no es
cierto. Si miramos, por ejemplo, el conjunto de la revelación escrita y
de la tradición judía y cristiana sobre la mujer, su naturaleza y su
status social, caemos en la cuenta que sería imposible que la iglesia se
mantuviera hoy empeñada en mantener tal tradición a capa y espada.
Muchas iglesias, fieles a los signos de los tiempos (y no ha habido
signo de los tiempos más claro en el siglo que termina que la revolución
de género), han sabido deponer la misoginia de muchos de sus textos
tradicionales para abrirse a una nueva y más evangélica consideración
del papel de la mujer. Y la transformación operada en las iglesias a
raíz de la revolución de género está lejos de haber concluido. Los
cambios, no me cabe la menor duda, continuarán hasta que, más tarde o
más temprano, la participación de la mujer en la iglesia se dé en
niveles de equidad.
Si las investigaciones sobre la homosexualidad continúan por la misma
vía por la que parecen estar yendo y se comprobase que hay un elemento
constitutivo involuntario en las personas homosexuales, entonces
calificar de pecaminosos los actos homosexuales significaría que la
iglesia tendría que abandonar la posición que ha mantenido durante mucho
tiempo en su antropología, posición que sostiene que cada persona debe
actuar de acuerdo con su naturaleza. La homosexualidad, va quedando cada
vez más claro, no es la desviación de una naturaleza heterosexual que
se ha constituido culturalmente como la norma para todos, sino que es
otra manera, así sea minoritaria, de vivir la sexualidad, que ha
existido siempre y que, a pesar de miles de años de señalamiento y
hostigamiento, no ha desaparecido. La cuestión es si los contenidos
“permanentemente válidos de la antropología cristiana” o la “verdad
sobre la naturaleza humana”, de los que habla con frecuencia el
Magisterio de la Iglesia Católica, están inevitablemente ligados al
reconocimiento de la heterosexualidad como la única y exclusiva manera
de vivir la sexualidad según el plan de Dios o si el reconocimiento de
la diversidad sexual puede considerarse como un nuevo punto de partida
en la reflexión moral de la iglesia. Éste es el debate. (filmina 14)
Pero sobre todo, dado que de seres humanos estamos hablando, los
teólogos tienen que considerar que la universal vocación a la santidad
vale también para las personas homosexuales. ¿Cómo la realizarán
desligados de una característica que forma parte constitutiva de su
personalidad? ¿Puede el “deber ser” anular una parte esencial de la
persona humana? ¿Qué santidad, qué felicidad puede construirse sobre la
represión de la vida afectiva y del ejercicio de la sexualidad?
Si sigue manteniéndose en la iglesia la opinión de que las personas
homosexuales no tienen el derecho de vivir las situaciones que son
inherentes a su humanidad, si sigue ocultándose los problemas que la
represión de las personas homosexuales causa dentro de la iglesia, si
seguimos creyendo que manifestar libremente los propios afectos, en el
respeto y la tolerancia a otras formas de vida, es un signo de debilidad
y no de plenitud humana, no nos extrañemos que esta mentalidad
farisaica termine por ser un fardo insoportable para quienes tienen
prohibido ser de carne y hueso como todas las demás personas.
Los desafíos
Como cristiano, creo que los momentos de crisis pueden siempre ser
vistos como momentos de gracia. En fidelidad a Jesús y a su proyecto de
Reino, quiero lanzar mi mirada sobre esta realidad conflictiva que acabo
de describir y descubrir en ella los “signos de los tiempos” (Mt
16,1-4).
Creo que el primer desafío, y con mucho el central y más importante,
es la oportunidad que esta nueva conciencia sobre la homosexualidad nos
está presentando a los cristianos de revisar nuestra concepción
antropológica. Tenemos que empezar a discutir dentro de las iglesias,
con tolerancia y respeto a las opiniones diferentes, la posición que
mantenemos con respecto a gays y lesbianas: que no existen personas
homosexuales en cuanto tales, sino que son heterosexuales defectuosos o
desviados. Hay que comenzar a reconocer, antes de que sea tarde, que
esta posición sólo ha llevado a la infelicidad a las personas
sexualmente diversas. Nuestras iglesias tienen que confrontarse con esta
mutación de conciencia colectiva que se está desarrollando delante de
sus ojos y dejar de atribuirla a una presunta degeneración cultural.
Contribuir a que esta discusión se dé dentro de la iglesia es vital
dado que hay una distancia cada vez mayor entre la doctrina de la
iglesia sobre la homosexualidad y el convencimiento creciente de muchas
personas. Creo sinceramente que tenemos que comenzar en la iglesia un
largo camino de clarificación, un ejercicio de humilde escucha, que nos
llevará, irremediablemente, a plantearnos si la enseñanza de la iglesia
en este campo, tal y como se sostiene ahora, es verdadera o no. Este es
el primer y central desafío. Y creo que hay que empeñar en él todas las
energías, aunque esto pueda costar pérdida de prestigio, castigos
disciplinares o censuras mediáticas.
Un segundo desafío es que la diversidad sexual es una especie de
puerta de entrada a una problemática mayor: la visión que en las
iglesias cristianas tenemos sobre la sexualidad en general. Toda la
visión “naturalista” del sexo que privilegia la perspectiva de la
procreación, que mira el placer como algo malo, o al menos, como algo
sospechoso, ha de ser revisada. Hemos arrastrado durante mucho tiempo (y
la hemos consagrado como si fuera doctrina eterna e incambiable, a
veces, incluso de más alto rango que el mismo mensaje evangélico)
nuestra sujeción a un esquema filosófico pesimista, que minusvalora la
realidad corporal y que rehuye y condena el goce de los sentidos. Este
fundamentalismo moral nos paraliza, puede reducir la religión a un
asunto de cama –como ocurre en numerosas confesiones sacramentales– y
acortar nuestras miras, impidiendo que discutamos y enfrentemos otros
desafíos trascendentes, como el hambre en el mundo, el deterioro del
ecosistema, la creciente desigualdad, etc. Es curioso, por ejemplo, que
los debates más álgidos de reforma de la iglesia se dirijan a cuestiones
que envuelven o tocan, así sea tangencialmente, la sexualidad: el
celibato opcional, la ordenación de mujeres, el trato pastoral a las
personas homosexuales, los divorciados vueltos a casar… mientras se da
por muerta la teología de la liberación y nos hacemos cómplices de
sistema económico que produce desigualdad y muerte. Esto demuestra la
urgencia de enfrentar tales debates de una vez por todas.
Un tercer desafío es otro tipo de fundamentalismo: el bíblico. Con
cierta frecuencia se citan textos bíblicos que aparecen en el Primer
Testamento y en algunos escritos paulinos para condenar la
homosexualidad. Resulta que en el campo de la sexualidad, hasta los
teólogos más liberales y de izquierdas suelen ser un tanto
fundamentalistas. Pues bien, enfrentar la cuestión de la homosexualidad
en la Biblia nos desafía a revisar la lectura que hacemos de ella. Quizá
nadie lo plantee de manera más simple y profunda que mi amigo Jairo del
Agua (de sonoro nombre, este católico español es mi amigo, aunque él no
lo sepa, ni sepa tampoco que los escritos suyos que me encuentro en un
portal de intercambio de ideas religiosas han sido inspiración y
bendición en mi vida ministerial), cuando combatiendo el fundamentalismo
dice: “Es muy importante caer en la cuenta de que toda la Escritura no
es Palabra. Más bien la Palabra discurre entre la Escritura, la riega
como un río de agua sanadora, fecunda, orientadora, que recorre una
concreta historia humana (la de los judíos y primeros cristianos),
durante un concreto tiempo. No podemos confundir el río con sus orillas
agrestes, ni con sus monstruos, ni con la vegetación invasora. Hay que
distinguir claramente entre el río y la historia que riega. En muchas
ocasiones esa historia está habitada por hombres perversos, rudos,
ignorantes, que tan pronto reniegan de Dios como le creen inspirador de
sus propios crímenes. Algunos pasajes -totalmente secundarios que no
explicitan el mensaje central del Primer Testamento- son pura bazofia y
su lectura no es recomendable. Esa es la razón por la que la Biblia fue
un libro prohibido o no divulgado durante muchos años. Conviene decirlo
porque parece, que ahora, todo está bendecido por el hecho de estar en
el Libro. Tampoco podemos pensar que la mano que escribe es sabia,
incontaminada, guiada al dictado. Todo lo contrario. Está limitada por
su personalidad, por su ambiente humano y material, por su nivel
cultural, etc. Es decir, la Escritura no sólo está contaminada por la
precariedad o bajura de la historia humana que describe, sino también
por los subjetivismos y condicionamientos de quien la escribe. Esto
ocurre de forma relevante en el PT (primer o antiguo testamento) porque
el primitivismo era mayor y menor la evolución humana. Pero también
puede afirmarse del NT. Es más, esto ocurre y ocurrirá siempre, porque
los humanos somos limitados e incapaces de agotar la Palabra. Sólo
podemos recoger algunos de sus destellos para iluminar nuestra humana
oscuridad” (5).
Si la reflexión sobre la diversidad sexual nos lleva de la mano a una
lectura de los textos bíblicos alejada del fundamentalismo y nos hace
preguntarnos sobre los fundamentos hermenéuticos de nuestra lectura,
habremos respondido a este desafío.
Un cuarto desafío que nos lanza la cuestión homosexual es la
reconsideración de nuestra noción de familia. Hemos de considerar que un
buen porcentaje de familias no responde ya a nuestro esquema mental de
familia nuclear y patriarcal, lo que nos plantea un urgente problema
pastoral. También debemos enfrentar el hecho de que las uniones entre
personas del mismo sexo, una realidad patente en nuestros días, dejan
tareas pendientes a nuestra pastoral familiar. Pero también habrá que
reconocer que la existencia de una diversidad de familias implica que
revisemos esta especie de sacralización que hemos hecho de un modelo
familiar en concreto. Y que revisemos también esta especie de obsesión
compulsiva de “defender” a la familia, como si la existencia misma de
cada persona homosexual le representara una amenaza. Por otro lado,
bueno sería que nos preguntáramos por qué en el proyecto revelado por
Jesús en el evangelio, el sexo y la familia ocupan un lugar tan poco
destacado, mientras que nuestra pastoral actual casi reduce su acción
concreta a estos únicos dos aspectos tangenciales en el mensaje
evangélico.
Finalmente, un quinto desafío tiene que ver más con los cristianos y
cristianas de a pie. Me refiero a que la cuestión de la diversidad
sexual nos invita a revisar si somos lo suficientemente adultos en la
fe. Tenemos que preguntarnos si creemos que el Espíritu Santo sopla en
las cabezas y en los corazones de todos los creyentes, y no solamente en
aquellos de los dirigentes. Una revisión desapasionada de la historia
del magisterio oficial en la iglesia católica, por ejemplo, nos
demuestra que ha errado en temas de suma gravedad, que ha corregido
declaraciones anteriores y que muchas cosas que se han declarado como
definitivas han demostrado, con el paso del tiempo, no serlo (6). Quizá
el día de mañana la cuestión de la diversidad sexual sea vista con ojos
totalmente otros. No es extraño que la heterodoxia de hoy se convierta
en la ortodoxia de mañana.
Un sacerdote jesuita ya fallecido me comentaba, no sin cierta gracia,
que existe algo que él llamaba “desobediencia programada”. Quería decir
que hay algunos momentos en que uno alcanza a descubrir cosas que el
conjunto de la iglesia, sobre todo quienes ocupan los puestos de
decisión, todavía no descubren. Entonces, confiando en que algún día se
llegará a la misma conclusión a la que uno ha llegado, pues entonces se
decide uno a desobedecer la norma vigente. Eso fue lo que ocurrió, por
ejemplo, con mi viejo párroco, que algunos años antes del Concilio
Vaticano II comenzó a decir algunas partes de la Misa en castellano, lo
cual estaba expresamente prohibido. Cuando el cambio llegó algunos se
preguntaron quiénes fueron en realidad los desobedientes… Considero,
pues, desobediencia programada tratar estos temas, dar paso a una
discusión franca, retar a las personas a usar la cabeza y ser cristianos
adultos.
Yo, personalmente, he llegado a la conclusión de que la diversidad
sexual es una bendición para la humanidad y para la iglesia. Estoy
seguro que terminaremos por comprenderlo todos. En lo que ese momento
llega, como está llegando ya en el nivel de las legislaciones de la
mayoría de los países, hay que hablar abiertamente sobre la diversidad
sexual, hay que plantearnos las preguntas que tenemos para ir hallando
juntos respuestas, hay que hacer grupos de oración con personas
sexodiversas, hay que invitar a las personas homosexuales a dar el paso y
acercarse a los sacramentos sin tener que dejar de ser quiénes son y de
sentir lo que sienten.
Con esto no intento desautorizar al magisterio ni al ejercicio de la
autoridad dentro de la iglesia. Quiero, más bien, señalar la importancia
de cristianos y cristianas adultos, que reflexionen a la luz de la
oración y de las aportaciones que nos ofrecen las ciencias, que digan su
palabra iluminadora aunque esto signifique desafiar una mentalidad que
quisiera mantenernos a todos como niños sin criterio, llamados solamente
a obedecer. No es sólo ni principalmente una cuestión de poder, como si
todo se redujera a quién manda y quién obedece, sino de fidelidad a la
acción del Espíritu en nuestras vidas.
Creo sinceramente que estos cinco retos que la diversidad sexual
plantea a nuestras iglesias contribuirán, si nos aplicamos a darles
respuesta, a purificar nuestras prácticas cristianas, a liberarnos de
prejuicios que no tienen nada de evangélicos y a cumplir con aquello que
el evangelio nos recuerda: “Vayan y anuncien a todos que el Reinado de
Dios –que es hermandad plena y dignidad para todos y todas– está cerca”.
Raúl H. Lugo Rodríguez
XI Semana Nacional de la Diversidad Sexual
San Luis Potosí, SLP
Mayo de 2012
NOTAS
(1) “A pesar de muchos años de investigaciones, ya que la
erradicación de la homosexualidad ha sido un objetivo de los científicos
durante muchas décadas, las conclusiones son claras. Ni desde la
medicina, la psicología, la pedagogía, ni con medidas sociales o
legales, ha sido posible cambiar la orientación sexual, aunque intentos
no han faltado.” José Luis Trechera Herreros, “Aproximación a la
realidad homosexual”, ST 90 (2002) p. 108.
(2) ALISON J., “Fragmentos Católicos en clave gay”, conferencia
pronunciada para el ciclo rosa en la ciudad de Bogotá, Colombia, el 4 de
julio de 2006 y disponible en el portal electrónico
www.jamesalison.co.uk/cas/..
(3) Ibid.
(4) DOMÍNGUEZ Morano Carlos, “La homosexualidad en el sacerdocio y en la vida consagrada”, ST 90 (2002) pp. 133-134)
(5)Texto disponible en el portal electrónico www.eclesalia.com con fecha
del 12/11/07. Las negrillas provienen del texto original.
(6) Puede verse el documentado estudio de GONZÁLEZ FAUS José Ignacio, La
autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico,
(Sal Térrea, Santander 2006)